Adeu Barcelona

Mi mamá siempre ha dicho que cuando uno viaja el alma aterriza uno o dos días después. Me lo ha dicho un par de veces después de yo regresar de algún viaje que estoy de ánimo extraño.

Teniendo en cuenta que en las últimas dos semanas me he montado en cuatro aviones y he visitado ocho ciudades (y ahora camino a un país completamente nuevo), sobra decir que estoy un poco nerviosa sobre esa aterrizada de mi alma al cuerpo en unos días.

Quizá sea toda esta movedera de lugares que no ha permitido que mi alma de verdad entienda el cambio que estoy viviendo, ¿o quizá ya estoy acostumbrada a tanta movedera? Supongo que en unos días lo sabré.

 

La verdad es que me fui de Barcelona. El avión despegó hace 15 minutos y estoy nuevamente escribiendo a más de mil metros de altura sobre lo que significó mi estancia en un lugar. Mi motivo principal por venir a estudiar a Barcelona era quedarme quieta, asentar el culo inquieto y establecer rutina. Muy pronto me dí cuenta que eso no era lo que mi alma pedía, o quizá si lo es pero en el lugar equivocado. Aprendí que definitivamente la vida de la ciudad no es para mi en este momento, que para mi el tener contacto con la naturaleza diariamente, y estar rodeada de una comunidad apasionada y sensible es de suma importancia. Mi ritmo de vida es distinto al de una gran ciudad (ya se, Barcelona no es tan grande, pero es una ciudad movida) y al estar en un ambiente tan distinto al que necesitaba no pude sino sentirme aislada y sola.

 

Este año fue probablemente de los años más difíciles de mi vida. Viví mi primer ataque de pánico, entendí lo que significa estar deprimida, pedí ayuda, aprecié mi resiliencia y determinación, me fortalecí… Lloré por la distancia y agradecí por mis amistades en todos los rincones del mundo que me acompañan siempre en las buenas y en las malas: desde Australia hasta Panamá, a mis nossas y nossos, mis sirenxs, mis panas, mis compañeros del colegio y de la universidad. Trabaje mucho, descanse poco, tome decisiones erróneas, me lastime (o deje que me lastimaran), lloré, me deshice más de una vez en el piso de la ducha, pero seguí. Me recargue en casa y con la familia y estos últimos meses pude disfrutar de nuevas amistades y reencuentros con viejas amistades, fortalecí vínculos y acepte que mi tiempo es energía, es lo más valioso que existe y que debo saber invertirlo sabiamente. 

 

¿Me quedaron cosas por disfrutar y vivir en Barcelona? Totalmente. No viví Barcelona fuera de clase, no explore lo suficiente sus callecitas ni sus miradores escondidos, o las montañas catalanas… Pero, ¡siempre puedo regresar! Me voy sorprendentemente tranquila, rumbo a un país completamente nuevo a seguir aprendiendo, creciendo y gozando.

 

 

 

 

marianto

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